Yo nunca...

Hace tiempo vi un video acerca del duelo. Allí se representa a una persona como un círculo que, en su interior, contiene el universo entero. Cuando esa persona vive una pérdida significativa, el círculo completo se ve trastocado por el dolor. Si antes se creía que con el tiempo la herida se iría haciendo cada vez más pequeña hasta desaparecer, hoy en día se sabe que no desaparece, sino que el mundo que la contiene se amplía, extendiendo la circunferencia. En momentos específicos, como los días de recordación, esas fronteras se achican y el dolor vuelve a abarcarlo todo. Más tarde, de nuevo el horizonte crece, dejando espacio para la alegría.


¿Qué tiene que ver el duelo con Yo nunca, la historia de una adolescente indoestadounidense obsesionada con el chico más guapo de la escuela? Todo. Porque la historia de Devi Vishwakumar no es otra que la de una niña que ha perdido a su padre, la persona más importante de su mundo, y que se encuentra de pronto en medio de un océano de tristeza, impotencia y soledad.


Quizá intuitivamente, quizá por supervivencia, Devi se obliga a sí misma a ampliar su horizonte. En lugar de seguir siendo la misma persona: una alumna sobresaliente, espléndida tocando el arpa, decide dedicar sus esfuerzos a hacer crecer su circunferencia. Lo hace tal como le ocurriría a casi cualquier adolescente: buscando novio. Pero no un novio cualquiera, sino uno de entre las filas de atletas preparatorianos, reconocidos por su guapura más que por su inteligencia. Y es así que, tras sentirse incapaz de cumplir su sueño, se concentra en una sola cosa: perder su virginidad con el chico más atractivo de la escuela, la estrella del equipo de natación: Paxton Hall-Yoshida.


Paxton es el típico chico popular de todas las series preparatorianas gringas. Es guapo y misterioso, pues la mayor parte del tiempo permanece callado, y suele estar rodeado de amigos y chicas que buscan cualquier oportunidad para estar cerca de él. A pesar de eso, en cuanto entabla un vínculo con Devi, por débil y confuso que sea, los hilos comienzan a moverse.


Devi conoce, así, su secreto: Paxton es un buen tipo. Es amoroso y cuidadoso con su hermana, una chica un poco menor que él que estudia moda y tiene síndrome de down. Además, es alguien discreto y siempre dispuesto a ayudar en una emergencia, aunque se trate de quien apenas conozca o de alguien que incluso le desagrade. Y aunque con frecuencia se vea envuelto en chismes y rumores, procura guardar silencio para no involucrar a otras personas. 


Con ese secreto se revela su vulnerabilidad, quizá porque él ha sido testigo de la vulnerabilidad de ella. Y es que si algo muestra “Yo nunca” es que la intimidad, los vínculos significativos, surgen solamente desde la desnudez plena de la vulnerabilidad. 


Aunque en terapia Devi se niegue a hablar del dolor inmenso de la pérdida, en el mundo lo actúa. Y aunque lo haga desde la distancia, Paxton es el único que mira a fondo su tristeza, su soledad. Detrás de la apariencia confusa y problemática de los actos de ella, él reconoce la profundidad, y con el tiempo y las circunstancias estará dispuesto a mostrarle lo que hay detrás de su propia apariencia: una sensación de vacío e inseguridad. Si no es el chico guapo de la escuela, ¿quién es? Si ya no es el nadador estrella, ¿quién es? Si se siente herido por alguien a quien ni siquiera comprende, ¿quién es? Y si su horizonte de futuro, que siempre había dado por hecho, se achica, entonces ¿quién es?


Tal vez es esa sensación de pérdida la que une a Paxton con Devi. Y es que ambos atraviesan un proceso de duelo. Ella, el duelo por la muerte de su padre. Él, el de la muerte de sí mismo, de la persona que se había construido. 


¿O acaso no es así como se sienten los duelos? ¿No es así como se siente la ausencia de nuestras personas amadas, de los vínculos que nos han construido, de los espacios que nos dan sentido?


Hoy mi padre cumpliría 70 años  Hace 19 que dejó de existir. Aunque en mi familia la muerte siempre estuvo presente (mi papá había perdido a madre y padre cuando joven; mi mamá, a su madre poco después de su boda y a su padre ya cuando era mayor), su muerte llegó a mi vida como un parteaguas. Quizá por eso la historia de Devi me resuena tanto, pues he vivido también la pérdida irremediable de la persona que más amaba, la que me hizo sentir, a su manera, pertenecer al mundo. 


Cuando mi papá murió, las pasiones tristes se me desbordaron. Todo lo que había podido sobrevivir por años y años terminó por arrastrarme al fondo cual las olas del mar. Por meses sobreviví viendo una y otra vez las mismas películas, tejiendo, leyendo mis libros favoritos y visitando a mi novio los fines de semana en su autoexilio en la casa materna. Como había ya terminado la carrera y no tenía trabajo, no quería ni podía hacer más. 


Al mismo tiempo, su muerte fue liberadora. Como a Devi, la no existencia de mi padre me permitió reconstruir la relación que tenía con mi madre. Por entonces me dio tiempo y espacio para sanar, para sentir la tristeza y luego, cuando consideré que había pasado suficiente, comenzar un proceso terapéutico que me ayudó a moverme de lugar, reconociendo el peligro de quedarme ahí durante mucho tiempo más. 


Mi mamá y yo nos conocimos de nuevo, la escuché con nuevos oídos, nos quisimos mucho, nos acompañamos, nos hicimos amigas. Y lo mismo le pasa a Devi, quien frente a una oportunidad como ninguna prefiere quedarse en casa con su madre, en ese nuevo vínculo que les ha permitido re-conocerse. 


Por eso la historia de Devi Vishwakumar me resulta entrañable. Aunque parece una comedia tonta como cualquier otra, en realidad es un profundo trabajo de duelo. 


 

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