Nuevas historias verdaderas de perros
En Chapingo viven muchos perros. Algunas personas dicen que son más de 40. Están distribuidos por toda la universidad. A algunos les gusta estar en bola, mientras que otros disfrutan de su soledad. En general, son muy buenos perros. Es cierto que de pronto ladran o que de vez en cuando hay pleitos entre ellos, pero en general son muy sociables, tanto con perros como con humanos, y muy, muy adaptables.
Como tenemos cerrada la universidad, los perros extrañan a los estudiantes y su movimiento cotidiano, entonces tienden a conglomerarse en los puntos de guardia. En la entrada principal llega, por ejemplo, a haber hasta 20 perros juntos ayudándonos a cuidar las instalaciones.
Como ven que detenemos a la gente y los autos, para pedirles que se registren y revisar la cajuelas, los perros suelen ayudarnos. Durante el día, duermen por horas bajo el sol o en espacios de sombra. Cuando se despiertan, sobre todo una vez que empieza a atardecer y llega la hora de los perros, ladran e inspeccionan a personas y vehículos que les parecen sospechosos.
A muchos colegas los perros les dan miedo. Es comprensible. De pronto tener a veinte perros ladrando, a veces sin entender por qué o a quién, suele sacar de onda y asustar. Todo empeora cuando de pronto, por razones diversas, un perro se enemista con otro y se le avienta, generando que otros tantos se sumen al pleito. Sin embargo, eso ocurre poco, al menos en relación con la cantidad de perros que viven juntos, y suele resolverse pronto, sobre todo si una que otra persona (como los profes de chapicanes o quienes nos reconocemos como amantes de los perros) intenta poner orden.
En todo este tiempo (ya tres semanas de huelga) me han tocado dos pleitos y, aunque los lamento mucho, ha sido muy interesante comprender algunas cosas. El primero fue un ataque contra un perro joven, medio cachorro, muy cariñoso y encimosillo. Esa tarde justamente aquel perro estaba sentado junto a mí pidiéndome cariño. Yo, ingenua, lo acariciaba y acariciaba. Alrededor había otros perros. De pronto, uno de ellos, un perro adulto joven, grande y que busca establecer su liderazgo entre la manada, se le aventó. Lo jalé de la cola para que soltara al pequeño. La cosa fue que otros 4 o 5 perros se le aventaron al pobre, y uno le mordió un poco las patas, aunque sin lastimarlo realmente. Entre dos compañeras y yo logramos separarlos. A dos de los atacantes les jalé la cola para separarlos mientras que ellas contenían a los otros perros. El resto del día tuvimos que mantener al perro jovencito y al otro con algo o alguien entre ellos. Y es que descubrimos que el atacante en realidad no es un mal perro, sino que es celoso, territorial, y cuando ve que un perro más joven o vulnerable recibe mucha atención, se enoja. Es bravuconcillo, pero hay otros perros que le marcan límites y lo mantienen en orden.
Desde ese día no he vuelto a ver en esa entrada al perro joven. Sé que está bien porque alguien compartió un video suyo jugando. Sin embargo, él y otras víctimas de celos y enojos perrunos han optado por irse a otras zonas de la universidad. Hacen bien. Pa qué van a estar en medio de una manada que de pronto los excluye. También desde entonces me cuido de no darle demasiada atención o cariño a ninguno de los perros, sobre todo a quienes considero amigos cercanos, para evitar nuevos pleitos. Hasta ahora me ha funcionado. Ojalá siga siendo así.
Ayer, mientras cuidaba la urna de mi delegación durante el plebiscito para ver si levantábamos o continuábamos la huelga (ganó la opción de continuar porque la universidad no ha negociado realmente), me tocó escuchar otro pleito. Una profe vio el ataque y trató de contenerlo. Yo corrí a ayudarle a alejar a los perros que querían seguir atacando a la víctima de entonces. El pobre perro atacado perdió un colmillo al defenderse, así que le sangraba la boca. Aunque no nos hacía nada a nosotras (al contrario, aceptaba nuestra presencia y ayuda), estaba furioso. Así que, en lugar de huir, se acercó, con la cola alta, a donde estaban los perros que lo atacaron. No se les aventó ni nada. Más bien les dijo algo así como “no les tengo miedo”, y eso hizo que el instigador del pleito hasta se escondiera.
Observar a los perros, pues, ha sido muy interesante. He aprendido un montón de ellos y con ellos, y se los agradezco mucho. Intentar contenerlos, en cambio, ha sido desgastante. En parte, como amante/amiga de los perros, me siento responsable de defenderlos de quienes les temen y, peor, los desprecian y los quisieran lejos (o muertos). Por eso paso buena parte de mis guardias mirándolos, hablándoles y corrigiéndolos cuando veo un potencial problema. Es mi forma de intentar protegerlos. Sin embargo, una vez que entendí que no hay mucho que pueda hacer más que ser su amiga y prevenir conflictos entre ellos, he podido disfrutar mucho más mis guardias.
Como diría Walter Benjamin, historias verdaderas de perros.
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