De dramas coreanos y otros relatos

Últimamente he estado viendo dramas coreanos cual las señoras de mi infancia veían telenovelas. Aunque esas nunca me gustaron, alguna vez llegué a verlas en casa del abuelo, con mi mamá y mi hermana o con alguna tía. Sin embargo, ahora que veo estas historias entiendo a las señoras que, en fondas o durante el trabajo doméstico, ponen las telenovelas mexicanas. Supongo que a ellas, como a mí, les pasa que extrañan la emoción del enamoramiento y que, a través de las historias de amor de otras personas, recuerdan cuando ellas mismas se sintieron como los personajes de esos relatos. 

Mas allá de eso, los k-dramas que he visto en estos días suelen ser menos dramáticos que las telenovelas y más al estilo de comedias románticas, herederas de las novelas de Jane Austen o incluso de los cuentos de hadas, aunque con más tiempo para desarrollar historias y personajes. De hecho, en ellos he encontrado algo que me ha llamado mucho la atención. 


Y es que en la series coreanas no le temen a la ambivalencia, es más, a la aglomeración de emociones que convierten a sus personajes en sujetos interesantes, complejos, con experiencias profundas. Las telenovelas mexicanas, en cambio, suelen presentar estereotipos: las personas buenas son sólo eso, gente buena envuelta en la discordia provocada por quienes aparecen como villanos; y éstos, a su vez, son también eso solo: gente mala que no para de lastimar a otros porque sí. 

Cuando era niña, me gustaba ver la serie animada de Batman. Por entonces era él mi superhéroe favorito, quizá justamente porque era alguien ambivalente, alguien lleno de tristeza que, a pesar de su dolor, buscaba ayudar a otras personas. Pero lo hacía a su modo, sin matar a nadie, sino capturando a los malvados, quienes siempre tenían historias de fondo que explicaban sus sentimientos y sus acciones. 

Algo así ocurre en los dramas coreanos que he visto en estos días. Los personajes atraviesan situaciones que los rebasan y que les permiten mostrarse como seres completos, complejos, con distintas emociones, en muchos casos encontradas, y con circunstancias que los ponen en contexto y les hacen posible reconciliarse con su vulnerabilidad y sus pequeñas fuerzas. 


Eso es algo que agradezco pues, en lugar de encerrar a los espectadores en una mirada dicotómica, ofrecen una probadita de lo que es el mundo, de lo que implica ser humano. Y es que eso de que el malo del cuento haga maldades nomás porque sí, sin una explicación de fondo, no me satisface, y lo mismo pasa cuando el bueno o, con más frecuencia, la buena deja que todos le pasen encima, como si no fuera capaz de sentir enojo o resentimiento. 

Supongo que no todas las series coreanas son iguales, como en su momento las telenovelas producidas por Argos trataron de escapar a los estereotipos y de crear historias más profundas, con arquetipos menos claros. Sin embargo, no pienso verlas todas, sino sólo aquellas que, además de entretenerme o distraerme por un rato, me permitan pensar más allá de lo evidente. De otro modo, que se queden bien guardadas en la tele, junto con tantas otras historias que no me generan el menor interés. En cualquier caso, seguiré viendo mis favoritas. 










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