Lo que oprime y libera

 Durante años me he hecho una pregunta: ¿por qué las mujeres trans repiten los estereotipos que por tanto tiempo han oprimido a quienes nacimos biológicamente  mujeres? Antes de que se me acuse de transfobia, debo poner en contexto el origen de mi interrogante.


De pequeña llegué a vivir a las orillas del centro. Desde entonces comencé a observar mujeres paradas en la calle ofreciendo lo que años más tarde entendí que eran servicios sexuales. Recuerdo que al salir a la escuela, temprano, ya había trabajadoras sexuales en la calle, lo mismo que al volver a casa, a la hora que fuera. Y lo curioso era que había mujeres muy diversas: jóvenes y viejas, gordas y flacas, algunas muy bellas y otras no tanto, unas muy arregladas y otras menos, algunas muy discretas y otras descocadas.

Algo que me llamaba especialmente la atención era que había algunas mujeres que compartían ciertas caracteristicas: tenían cuerpos extremadamente curvilíneos, con pechos y caderas voluptuosas y cinturitas de avispa, gruesas capas de maquillaje y peinados abombados. De cerca, sus voces se oían graves, aunque con entonación marcadamente femenina.

Por entonces poco se hablaba de las personas trans o no binarias. Quizá por eso mi mamá y otras personas de la zona decían que esas mujeres eran "hombres". "Se les nota en la anchura de los hombros y la estrechez de la cadera", oí decir a mi mamá alguna vez, sobre todo cuando no habían sido operadas, o en lo exagerado de su cuerpo y "representación" femenina.

Desde entonces me surgió esa duda: ¿por qué, si esa manera de pensar lo mujer resulta tan opresora para muchas de nosotras, es así como esas mujeres vislumbran y construyen su cuerpo femenino? Y es que desde chica descubrí que yo no quería ser mujer en esos términos, en el sentido socialmente aceptado, sino mi propia mujer.

¿Qué se espera comúnmente de las mujeres? En la apariencia, usar ropa entallada o que deje ver el cuerpo; maquillaje que acentúe los rasgos bellos y oculte los feos; pieles libres de vello y humectadas, porque las mujeres deben ser acariciables; senos firmes y bien puestos, cinturas estrechas y caderas amplias, con pompas paradas. En personalidad, capacidad de servicio y de hacerse cargo de todo y de todos sin cansarse; poner a los otros por sobre sí mismas; ser sexualmente deseables, pero al mismo tiempo recatadas, por eso de "no perder la reputación"; reconocerles a los hombres la autoridad en lo importante e interesante y, en cambio, hablar de lo intrascendente e irrelevante: la vida diaria, las emociones, la familia y el barrio.

Aunque mi familia nuclear estaba compuesta por tres mujeres y un padre ausente, y aunque mi mamá era la jefa y proveedora de la casa, ahora entiendo que los roles y los estereotipos de género no se deconstruyeron al interior. Ella era una mujer fuerte, independiente, trabajadora y capaz, pero para lograr sacarnos adelante "como debía" —como se espera de las "mamás luchonas" o las mujeres "guerreras", que deben poder con todo— cuando mi papá la dejó "fletada" con familia y negocio, tuvo que renunciar a buena parte de sus deseos. Desde entonces vivió dedicada al trabajo y a la educación de sus hijas, tanto en buenas escuelas como llevándonos al deportivo, a psicoterapia, a dentista, ortopedista y otras consultas médicas. Y, aunque siempre se dio algo de tiempo para ella y para seguir con su vida, la verdad es que no fue capaz de descansar sino hasta sus últimos años, ya sin hijas en casa a quienes cuidar.

Desde adolescente recuerdo su insistencia de años en que maquillara mis pestañas y mis labios. Me compraba rímel, delineador y lipstick, presionándome de vez en cuando para que los usara. Me sugería quitarme el pelo de la cara para que se viera mi "cara bonita". Como vendía ropa de mujer, me insistía en que usara faldas cortas y ropa pegadita, para verme más femenina. Además, me sugería que usara zapatos en lugar de tenis y huaraches, porque se me ensancharían los pies. Todo eso me parecía muy molesto, igual que los comentarios de mi papá de que las mujeres debían ser delgadas y depilarse, y que se veían mal fumando al caminar.

Con los años me di cuenta de que no sólo las generaciones mayores repetían los estereotipos. De hecho, hace menos de una década llegué a escuchar de boca de amig@s de mi edad que un personaje femenino muy querido y admirado en realidad era "un hombre sin pito" porque "las mujeres se relacionan con la luna, la tierra y la fertilidad". Incluso las infancias actuales siguen repitiéndolos, con niños que transforman la tristeza en enojo violento y niñas que expresan el enojo con llanto triste. 

Respeto y aprecio la idea de la madre tierra, dadora de vida, pero me niego a pensarme como esposa o madre, a serlo. No quiero casarme y no quiero tener hij@s, igual que sigo sin maquillarme y vistiéndome como me gusta, como me siento cómoda, y comprando tenis, huaraches y ahora botas en la parte de hombres de las zapaterías, porque los zapatos de mujer me parecen feos y me oprimen los pies. Pero nada de eso significa que no quiera ser mujer o que rechace mi mujerez.

En lo personal, tengo cuerpo y experiencias biológicas de mujer (mis senos amplios y mis dolorosas menstruaciones me lo recuerdan a diario), pero además me identifico como una. Aunque parte de esa identidad me pone en situaciones vulnerables de violencia, como el acoso callejero y la violencia sexual y de género, que —como todas— he padecido desde niña, nunca me he identificado como hombre. Quizá porque relaciono lo hombre (aunque "not all men") con abuso, violencia, imposición, represión e irresponsabilidad. Así pues, no me molesta ser mujer. Lo que sí me molesta es que se me exija ser mujer de cierta forma.

Por eso, volviendo al principio, me resulta tan enigmático que muchas mujeres trans (ahora que mi espectro se ha ampliado y que las personas trans y queer por fin pueden ser quienes son, me doy cuenta de que no todas se miran así) se ubiquen en un lugar, una apariencia, una representación que a mí, como mi propia mujer, me resultan tan opresivos. Y también siento una gran tristeza al pensar que después de tantos procesos y de tanto dolor, no haya más espacio para ellas (o así lo vivan) que el trabajo sexual.

Sin embargo, después de observar, escuchar y pensarlo mucho, me doy cuenta ahora de que lo que para mí es opresivo, para otras personas es liberador. Que lo que a mí me molesta de "lo mujer" quizá es lo que le confirma a otras mujeres que lo son. Y que así como mi mamá murió maquillada y con el cabello pintado, porque para ella esa forma del autocuidado era parte fundamental de su experiencia en el mundo, también para otras mujeres las figuras arquetípicas de las que algunas ansiamos liberarnos resultan hogares acogedores donde por fin ser ellas mismas.

Ojalá todas las mujeres pudiéramos fijarnos más en lo que compartimos que en lo que nos aleja. Ojalá pudiéramos entender que nuestras diferencias, biológicas y en experiencias, nos enriquecen. Ojalá pudiéramos luchar juntas contra todas las formas de la violencia en contra de todas las mujeres, nacidas o des-cubiertas. Ojalá. 

Comentarios