De libros gratuitos y otros cuentos

Hace un par de años, en nuestra visita a los campamentos de refugiados saharauis en pleno desierto del Sahara, hicimos un par de paradas en Madrid. Además de conocer algunos parques hermosos, visitamos los tres museos más famosos de la ciudad: el Thyssen Bornemisza, el Museo del Prado y, mi favorito, el Reina Sofía. 

Visitar esos museos no es cosa fácil. Si bien algunos tienen horarios gratuitos (un par de horas por la tarde, con varias salas cerradas), las entradas suelen ser bastante caras y los recintos enormes, con recorridos larguísimos. ¿Cómo hacer espacios como esos más amigables para niñas y niños?


Conversando sobre esto, un querido compañero, extrañado, nos contó que, de niño, su lugar favorito de Madrid era justamente el Museo del Prado. En una visita durante su infancia, una semana entera quiso volver al museo a admirar las obras de arte.


¡Qué lindo poder disfrutar tanto de un museo!, pensé yo, y también tener la posibilidad de comprar boletos para una familia entera durante tantos días seguidos. Pero esa sola experiencia, por hermosa que resulte, no puede generalizarse al resto de l@s niñ@s... Y es que no tod@s tienen la fortuna (el privilegio, en el mejor sentido posible) de crecer en una familia llena de artistas (pintores, músicos y demás), donde las bellas artes son parte importante de la vida cotidiana y donde se tienen recursos económicos suficientes para viajar al extranjero y usar tiempo y dinero en algo que no sea el sustento básico (comida, vivienda, vestido, calzado, servicios básicos, medicinas, útiles escolares...). 


Algo similar, pienso yo, ocurre cuando se habla del derecho a la lectura y los libros. Parece fácil, en un país como el nuestro, mirar críticamente la política pública de llevar libros gratuitos a manos de las personas, tanto libros de texto como de literatura y otros temas. Si esto no hace que aumenten las ventas de libros y otros productos editoriales, prueba “irrefutable” de la existencia de lectores, ¿para qué continuar la tradición? Y peor aún si la editorial del Estado intenta producir libros económicos... ¿De qué se trata? ¡De tirar el dinero a la basura!, dicen por ahí, en lugar de usarlo para generar otros proyectos, de producir otros libros. 


Quizá esa crítica tenga algo de interesante, quizá tenga algo de razón, sobre todo para la industria editorial, que sin duda se las ve durísimas. Sin embargo, desde mi punto de vista, es similar a la experiencia de mi amigo amante del arte pictórico desde su infancia: parte de un lugar privilegiado y, al pretender universalizarse, pierde de vista la realidad de muchos, los más. 


En un país como el nuestro, lleno de desigualdades y empobrecimientos varios, la gran mayoría de la gente sólo tiene acceso a los libros gratuitos. En muchos casos, precisamente a los libros de texto y, cuando se trata de literatura, o bien a libros muy económicos, o bien (y mejor aún) a libros regalados. 


¿Que eso no los vuelve lectores o, más bien, compradores de libros? Bueno, ese es otro asunto, primero porque no comprar libros no significa automáticamente no leer: ¿quién no ha leído una y otra vez los mismos libros, las mismas historias, hasta deshojarlos? Segundo, precisamente porque muchas familias, la mayoría, no pueden destinar dinero a comprar libros, y mucho menos cuando son caros, como ocurría hasta hace poco incluso con los bellos libros infantiles de esa misma editorial del Estado...


Bueno, dirán algunos, por eso mismo, en lugar de regalar libros, ¿por qué no mejor invertir en bibliotecas? Que, sin duda, debieran ser mucho más que meros almacenes de libros. Cierto: bueno sería generar o recuperar espacios bibliotecarios libres, abiertos, con una propuesta educativa, formativa, amplia. Sin embargo, habría que reconocer que esos espacios, aun en sus mejores momentos, tienen una seria dificultad: ofrecerse a sus comunidades como espacios cotidianos, y no solamente como lugares a donde ir cuando la maestra o el maestro lo piden.


Ahí está el asunto... ¿Cómo compartir el gusto por la lectura, por todo lo relacionado con ella, si no es poniendo libros a disposición de niñas y niños? Ya sea en espacios públicos, como las bibliotecas, o también, por qué no, directamente en sus manos, en la forma de libros gratuitos, de regalo. Libros cuyo objetivo no es producir dinero para una industria, para el Estado, sino generar experiencias lectoras, felices encuentros. 

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