Herencia heredada

Dice el I Ching, en el hexagrama 27: la alimentación (las fauces),  que hay que elegir muy bien aquello que va a ser incorporado, pues no todo alimenta. Eso mismo aplica, creo, cuando se piensa en la herencia. Y es que no todo aquello que nos es heredado por quienes nos antecedieron necesariamente alimenta. 

En mi caso, el I Ching es una de esas herencias familiares que abrazo fuerte, fuerte. En mi familia hay toda una corriente esotérica extraña, que viene de ambos lados. De hecho, sin duda varios de nosotros habríamos recibido la carta de Hogwarts, por ese no sé qué brujil que pasa de generación en generación. 

Supongo que, en ese mundo paralelo de la magia, mis padres se habrían conocido por medio de mi tía Ana, hermana menor de mi mamá. Ana, pienso, habría sido Hufflepuff, por su gusto por las plantas y su capacidad para la escucha. Mi papá, supongo, habría sido Gryffindor, por su valentía para muchas cosas y, debo admitirlo, su creidez. Con varios años de diferencia, podrían haberse conocido en una de sus clases favoritas: adivinación. Se habrían hecho amigos y compartido su gusto por el tarot, la astrología y el I Ching. Y así mi papá habría conocido a una de las hermanas muggles de Ana, la hippie limpia de ombligueras y pantalones acampanados, con el cabello igual de chino y con el mismo peinado que él, jaja. 

Atea y escéptica con toques psicoanalíticos como soy, en lugar de creer en la adivinación, miro el tarot como una ventana al inconsciente y pienso el I Ching como un buen consejero que permite leer en voz alta lo que se sabe al interior. ¡Cómo no amarlo y confiar en él si dice cosas tan sabias! Por ejemplo: “Siguiendo el camino del corazón se va bien. Hay que mantener la naturaleza interna”. O bien: “Grande es por cierto lo que se puede recabar de los tiempos peligrosos”. O incluso: “Existe la necesaria blandura para no caer en la atrocidad y la suficiente firmeza para no ser débil; con semejante equilibrio es conveniente hacer justicia”. 

Por eso, cada cambio de estación, desde hace catorce años que vivimos juntos, Medardo y yo leemos el I Ching preguntando qué traen para nosotros la primavera y sus flores, el verano y sus lluvias, el otoño y sus vientos, el invierno y sus largas noches. A veces nos pasamos por días o semanas, e incluso en ocasiones lo leemos cada quien por separado y luego lo comentamos juntos. Usamos un libro viejo y deshojado que me regaló mi padre o unas fotocopias de ese mismo texto que hace mucho, mucho tiempo le saqué a Medardo y que, hace poco más de once años, le prestamos a Ana para acompañarla en sus últimos meses de vida. 

Así pues, el I Ching es para mí herencia duplicada: yo la heredé de dos fuentes: mi papá y Ana, pero al mismo tiempo es herencia mía dada en legado.

*Aquí pueden encontrar la versión bella y poética del I Ching que me regaló mi padre, con todo y su dedicatoria (porque es parte del libro, en opinión de Medardo): https://drive.google.com/file/d/1AV2v3j68yT4-gaMvECAcrUYKi_C_NA1W/view?usp=drivesdk



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