Todos los caminos llevan a Roma

Hace siete años hice un viaje. 


Visité la ciudad natal de mi padre. La recorrí caminando, crucé el río y fui a lugares donde él había estado. Comí cosas ricas: pizza, pasta, berenjena. Tomé café a diario y helados cítricos deliciosos. Y, con solo una dirección vieja en la mano, visité a familia de la que sólo sabía de oídas. Así conocí a cuatro generaciones y supe que con mi apellido no quedaba nadie vivo. 


En ese viaje comprendí una serie de cosas de mi padre: el amor a su barrio, su gusto por las caminatas, la importancia del café al que iba sin falta, su sensación de soledad, de alma en pena, y, algo no muy lindo, su actitud con los gitanos. Y también conocí más de mí misma. De mi melancolía-alegre, de mi ser solitaria, de mi capacidad de asombro y de mi gusto por los placeres sencillos, cotidianos. 

Comentarios

  1. Qué linda crónica, Rita!
    Recuerdo que era domingo o al menos "parecía" domingo, sin tanta gente en Roma. Recuerdo también ese pequeño lugar donde nos detuvimos a tomar café y pedir indicaciones. Luego el titubeó frente a lo timbres, la reunión familiar, el bullicio en italiano, las distintas generaciones bajando a conocerte... La casa familiar,que crece sin orden y concierto en cualquier barrio mexicano, y en donde varias generaciones se van distribuyendo, sólo que en versión primer mundo. Un edificio de apartamentos, con terraza a un hermoso jardín y una abuela tomando el sol. Una hermosa tarde que nunca olvidaré. Gracias Rita, por compartir esa experiencia

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  2. En efecto, era domingo. ❤️ ¡Muchas gracias por acompañarme!

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